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María
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Desde que comenzaron, hace casi dos lustros
ya, los primeros síntomas graves de agotamiento del sistema financiero por
sobreexplotación de sus depredadores (no puedes sobreexplotar
especies animales pero sí a
la humana, paradojas capitalistas), hemos escuchado hablar una y otra vez del
Estado de Bienestar. Sabemos que lo disfrutábamos en la mínima parte del mundo
desde la que tengo la suerte —o no— de escribir, aunque no lo dijéramos
entonces o no tanto, sabemos que entró en crisis el modelo por más que nadie
nos dijera por qué y sabemos ahora que nos lo desmantelan y empezamos a sufrir
cómo.
Todos los partidos en campaña prometen y
prometen. Como en ese (machista) dicho popular: una vez metido (el voto en la
urna, aclaro) se olvida lo prometido. Así que sé que la tentación mayor es
decir "no voto". No seguiré legitimando el sistema, no podrán decir
—otra vez— que es en mi nombre. Se acabó la manipulación.
—"Votar es inútil ¿no ves que no sirve
para nada?" me decía una amiga hace unos días. No volveré a votar nunca
más.
Ojalá fuera tan fácil.
En realidad, el Estado de Bienestar que
tanto nos gustaba "cuando votábamos", es una concesión de los
mercados para mantener estables las tasas de demanda: el Estado debe garantizar
unas importantes tasas de consumo (políticas de bienestar) y de inversión
(planificación económica), de esta manera se adecua el mercado a las exigencias
sociales y se evitan las crisis cíclicas. El principio rector del Estado del
Bienestar, es según Mishra, garantizar unos mínimos fundamentales para el conjunto
de la ciudadanía. Para avalar este principio subraya tres elementos base en el
Estado del Bienestar (Mishra, 1993: 41-42):
1. Control y regulación de la economía en
aras de garantizar una alta tasa de empleo.
2. Creación de servicios públicos en sectores
clave como la sanidad, la educación o la vivienda.
3. Servicios asistenciales para hacer
frente a la pobreza, de carácter excepcional y condicionado a las rentas.
Pero los mercados han dejado de hacer
concesiones. Se han vuelto tiranos. No hay más que ver esos tres puntos para
saber que esa revolución del Siglo XX ha perdido su fuerza en el XXI a la misma
velocidad que perdemos la esperanza. Y el sistema que nos gustaba cuando eran
otros quienes lo cargaban sobre sus espaldas, ahora se nos muestra en su
depravación:
1. Se controla y regula la economía para
garantizar la estabilidad de los mercados, atendiendo a las necesidades del
dinero antes que a las necesidades de las personas.
2. Se disminuyen o se destruyen los
servicios públicos de sanidad, educación y vivienda y dejan de considerarse una
inversión para pasar a ser un lastre para las administraciones encargadas de
proporcionarlos.
3. Se venden como una carga para el
sistema, y no como una regulación necesaria del mismo, las medidas para hacer
frente a la pobreza producida por las incorrecciones y necesidades del propio
sistema.
No hablaremos ya de la sobreexplotación por
excelencia: la de las mujeres en nombre de todo lo que haga falta. La mitad de
la población haciendo gratis a tiempo parcial o completo y por "amor"
lo que cuando se hace por otra persona, es un empleo (o varios): cuidados del hogar y
la familia, planificación, afectividad familiar, manejo de tensiones. ¿Podría
el capitalismo sobrevivir si externalizara y —en consecuencia— pagara todo el
trabajo que las mujeres no cobramos? ¿O pagarnos en su totalidad los trabajos por los que nos pagan menos? Pero no es el tema.
Para el mantenimiento del Estado de
Bienestar hay, además, otro factor fundamental: la ciudadanía. El desarrollo de
la ciudadanía es un proceso complejo que necesita de una lectura revisada para
poder adecuarse a las nuevas demandas de hombres y mujeres de todas las edades.
Aspectos como el medioambiente, la paz, las libertades sexuales, la integración
de las diferentes culturas o la perspectiva de género han de ser considerados y
absorbidos en la reconstrucción de la teoría de la ciudadanía. Algunos nuevos
partidos intentan tomar ese camino. Cómo se transita solo podrá saberse si les
damos oportunidad. Votando.
Porque la conciencia del poder de una
ciudadanía responsable es el paso imprescindible para atemperar los daños de la
caída y para la propuesta de alternativas a un sistema muerto que sigue
recibiendo transfusiones continuas y respiración asistida.
Es cierto que el sistema está podrido. Es
cierto que usan nuestro voto como pala para cavar la tumba de nuestros
derechos. Y volverán a hacerlo si renunciamos a lo poco que nos queda. Ningún derecho se consolida no ejerciéndolo. Vota.
El silencio nunca es una buen estrategia. Si lo fuera, no estarían intentando callarnos a golpe de Real Decreto. Tenemos que hablar, tenemos que decir qué queremos y qué no. Porque el sistema
está diseñado para que tu ausencia tenga un significado muy concreto:
beneficiar a una parte de ese sistema. Y, sorpresa, ¿adivinas a qué parte
beneficiará? ¿Necesitas acaso que lo diga?
Mar Esquembre explica
aquí de forma sencilla cómo afecta tu voto válido, tu no votar, tu
votar en blanco o el emitir un voto nulo. Haz lo que te dé la gana, pero hazlo
sabiendo. No digas que no avisamos: cualquier voto que no emitas para castigar
al sistema podrá ser utilizado en tu contra.
¿Destruir la casa del amo con las
herramientas del amo? Sí. No solo, pero también. Que quienes murieron para que
pudiéramos hacer lo que el domingo tenemos el derecho de hacer no tengan que revolverse en sus
tumbas. Ni en sus cunetas.
María S. Martín Barranco
@generoenaccion
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