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Publicado por
María
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Estos días estoy cansada de leer
noticias sobre cómo las mujeres preferimos conciliar nuestra vida familiar y
laboral a entregarnos afanosamente a nuestro trabajo fuera del hogar. Cada vez
que leo algo así siento que insultan a mi inteligencia y la de todas las
mujeres. Me pongo a redactar esto para desfogarme un poco tras leer un artículo
publicado el 16 de octubre en El País: “El concejal de Hortaleza echa auna alto cargo municipal por tener un hijo”. Y es que ya no es solo que
parezca que las mujeres tenemos que seguir convenciendo a la sociedad de que
tenemos pleno derecho a trabajar fuera del ámbito familiar, sino que se dude de
nuestra profesionalidad a la hora de abordar nuestras responsabilidades
laborales porque piensen que nuestro supuesto papel de madre abnegada
interfiere directa y negativamente en la
buena marcha de nuestro trabajo asalariado.
Hace unos días comentábamos en la
oficina mis colegas y yo que a menudo y
en general, que no quiero herir susceptibilidades masculinas, los hombres
son incapaces de ponerse en el lugar de las mujeres a la hora de pensar en
medidas de conciliación por el simple y llano hecho de no poseer ovarios. Trabajo
en una administración pública. Hace un tiempo una compañera de otro departamento
me llamó para pedirme que le echara un cable en una gestión vital para ella. Recurría a mí por pertenecer yo a una
unidad de Igualdad y estar convencida de que su reclamación era justa y por
ello enmarcable en este incomprendido y vilipendiado terreno de la Igualdad. Su
cuita era que a la vuelta de su baja por maternidad deseaba seguir alimentando
a su bebé con leche materna, para lo cual, encontraba imprescindible extraerse
leche dentro del horario laboral y no había un espacio adecuado en su oficina
para hacerlo con el suficiente confort e intimidad. La solución fue permitirle
reservar una sala de reuniones cada vez que deseara usar el sacaleches, todo
ello con la mayor discreción. La evidente necesidad del personal femenino de
realizar tal actividad no forzó
iniciativa alguna para crear un espacio ad hoc, como en mi opinión habría sido
lo lógico y oportuno, teniendo en cuenta el alto número de trabajadoras de esta
empresa en cuestión.
Este tipo de solución del tipo
“pan para hoy, hambre para mañana” no nos satisfizo ni a mi amiga ni a mí, ni a
ninguna de las mujeres con las que lo comenté,
pero algo era algo. Cuando en la unidad de igualdad se debatió sobre la
necesidad de crear una sala de lactancia en mi departamento, diferente al de mi
amiga, la respuesta vino de un jefe hombre, que argumentó que en el nuestro
ninguna mujer lo había solicitado antes y que todas las trabajadoras se acogían
a la acumulación de los días de lactancia tras la baja por “descanso”
maternal. Este hombre no empatizaba plenamente
con las mujeres, ya que de haberlo hecho habría sabido que acumular las horas
de lactancia no es sinónimo de dejar de dar el pecho a una criatura, para lo
cual, sacarse leche en horario laboral es del todo imprescindible. Porque
obviar la necesidad de habilitar una sala de lactancia no quiere decir que no
haya mujeres que no se saquen leche en un cuarto de baño si no de manera
clandestina, por lo menos sin ir publicándolo por la oficina. Si este hombre hubiera
vivido esta experiencia habría por lo menos entendido la reclamación como justa
y necesaria.
A menudo, en mi relación con algunos hombres,
constato que no entienden las reivindicaciones y preocupaciones de las mujeres
porque no las sienten como suyas. En una ocasión negociábamos el ejercicio de
la flexibilidad horaria que permite retrasar una hora la entrada en el trabajo,
haciendo lo propio en la hora de salida hasta el curso escolar en que la niña o
el niño cumpliera 16 años. Hasta ese momento teníamos consolidada la
flexibilidad hasta la edad de 12 años. La respuesta que nos llegó de quien se
encargaba de capitanear dicha negociación fue lo llamativo de que con 12 años dejáramos que nuestros
hijos hicieran botellón, pero que no fuéramos capaces de dejarles ir a la
escuela solos. Evidentemente este hombre tampoco entendió nada, y ni de
lejos llegó a considerar que las madres y los padres quisiéramos gozar de esta
hora de flexibilidad de entrada para ver a nuestras hijas e hijos cada día,
desayunar en familia, pasar tiempo con ellos y ellas, además de acompañarles a
clase o no, sin por ello dejar de atender nuestras responsabilidades laborales.
De sus palabras se infería que este hombre nunca habría ejercido de padre o que,
si lo había hecho no se había ocupado de las hijas y/o los hijos, por lo menos
a esas horas tempranas de la mañana.
Ana Botella manifestaba en
declaraciones posteriores a las palabras de Donesteve que éstas son ofensivas
“porque es dudar de la capacidad que tenemos las mujeres para a la vez trabajar
y ocuparnos de nuestra casa”. El quid
de la cuestión es precisamente que Donesteve no parece compaginar o haber compaginado alguna vez el trabajo del
ámbito privado con el del público. Algunos hombres, muchos, tengo que decirlo y
tendrán que admitir de una vez quienes se encargan de navegar en el mundo de la
política, no se ponen en el lugar de las mujeres porque no concilian su
vida familiar con su vida laboral. Y no hablo de la vida personal ni de la vida social. Los hombres como el
concejal Ángel Donesteve, con su ceguera de género, conformarían un tipo de hombre incompetente, no lo suficientemente
preparado para ocupar puestos de responsabilidad. En el caso de este concejal
en particular y de otros muchos políticos,
empresarios y jefes en general, se cruza además el factor del nivel
económico: nunca se han visto en la necesidad de conciliar, porque o bien lo ha
hecho su mujer o porque tiene capacidad económica para sufragar que lo hagan
por él.
Hasta que los hombres no llenen y
se asienten efectivamente en el espacio privado-familiar, y compartan las
tareas y responsabilidades domésticas haciéndolas también suyas; hasta que los
hombres que manejan los hilos de la política no se pongan en nuestro lugar, las medidas de conciliación continuarán siendo un fracaso y
en la práctica seguirán estando solo perversamente dirigidas a nosotras las
mujeres. Mientras tanto, este país seguirá teniendo ese molesto y lamentable tufillo
machista y retrógrado que le caracteriza.
Angélica Cortés Fernández
Angélica Cortés Fernández es licenciada en Filología
Inglesa y Máster de Igualdad de Mujeres y Hombres por la Universidad del País
Vasco/Euskal Herriko Unibertsitaea, UPV/EHU. Proyecta su activismo feminista a
través de las redes desde el Planeta feminista y desde hace un tiempo escribe
artículos de opinión en los que intenta aportar una visión crítica sobre el
Patriarcado.
conciliación
corresponsabilidad. Angélica Cortés Fernández
Derechos
discriminación
Firma Invitada
Firma Invitada.
Maternidad
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