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Publicado por
Giocondaenllamas
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Víctima, en México,
es una palabra incómoda inclusive entre grupos que se dedican a defender DDHH,
entre feministas y entre mujeres que han sido víctimas de distintos tipos de
violencia sexual. Es posible que esto sea consecuencia de los estereotipos
melodramáticos e indignos que son difundidos a través de los medios y que asociamos
con una actitud de conmiseración. O tal vez sea por la connotación de pasividad
que sugiere el término mismo: a la víctima, le ocurre; el victimario, comete.
Sin embargo, esta
relación no es así de simple si consideramos el contexto. En el caso específico
de las mujeres es necesario que recordemos continuamente que hemos sido
educadas y socializadas de acuerdo a los preceptos del sistema patriarcal que
se fundamenta en la dominación de los hombres sobre las mujeres. Y aunque en
muchas partes del mundo las reivindicaciones feministas han logrado grandísimos
avances, la brecha de desigualdad entre unas y otros aún es enorme. Bastaría
enumerar los siguientes datos:
- 39 millones de
niñas entre 11 y 15 años de edad no asisten a la escuela[1]
y el matrimonio forzado de niñas es una práctica habitual en diversos países.
- Las mujeres
constituyen el 80% de las personas que son traficadas con fines de explotación
en el mundo, y de este porcentaje el 79% es con fines de explotación sexual.
- Una de cada
tres mujeres ha sido o será víctima de violencia sexual en algún momento de su
vida.
- Un aproximado
de 70 millones de niñas y mujeres han sido sometidas a la mutilación genital.[2]
- Sólo el 1% de
las mujeres en el mundo es propietaria de tierras y persiste la desigualdad en
el ámbito laboral.[3]
- Hay países en
donde aún no se reconoce el derecho al voto de las mujeres.
En este contexto
de desigualdad todas somos susceptibles de ser víctimas de violencia de género en
algún momento de nuestras vidas. De hecho, somos víctimas simplemente
porque todos los días nos violentan algún derecho -¿quién no ha sido
víctima de acoso sexual en el espacio público?-, o, peor aún, ni siquiera se
nos reconocen. Aunque también es importante destacar que las desigualdades no nos
afectan a todas del mismo modo, pues cada una tiene un contexto y cada tipo de
violencia tiene consecuencias distintas.
Por lo tanto,
ser o dejar de ser víctima no es una simple cuestión de actitud. Una víctima es
una persona, o un colectivo de personas, que ha sufrido daños como consecuencia
de acciones y omisiones ajenas. De esta manera, la palabra víctima describe una
situación, no una identidad. Aunque también es cierto que un hecho traumático
puede volverse parte constitutiva de la identidad de la persona que lo padeció.
De tal modo que:
“La
identidad resultará afectada por la gravedad que implica un hecho violento,
pero el destino del conflicto creado tendrá dos posibilidades: el hecho
violento podrá quedar incluido en un contexto biográfico más abarcativo o
quedar atrapado en la identidad asignada de ‘víctima para siempre’.”[4]
En ambos casos,
es pertinente que nos preguntemos qué tipo de factores socioculturales e institucionales
facilitan que algunas mujeres puedan recuperarse de la violencia de la que han
sido objeto y que, en cambio, otras la integren como marca de identidad. Por
qué no todas logran llegar a la fase de la sobrevivencia,
que es el proceso de reparación que la persona inicia cuando reconoce que fue o que es objeto de violencia.
Pero es justamente en la falta de reconocimiento donde reside el problema.
La dificultad
para reconocer que se está en una situación de violencia es mayúscula, pues
según los estereotipos de género, es normal, inevitable y hasta admirable que
los hombres sean violentos, así como que las mujeres soporten el dolor con
estoicismo. La pasividad y la sumisión con la que se comportan muchas mujeres
que han sido victimizadas, son tomados como valores asociados a lo femenino y que,
por lo tanto, son deseables en las mujeres.
En este
contexto, tendríamos que preguntarnos con qué mecanismos cuentan o, tendrían
que contar, las víctimas para poder activar su capacidad de respuesta si han
sido sistemáticamente violentadas, ya sea directamente a través de golpes, o
desde el ámbito de lo institucional, lo cultural y lo simbólico pues, como
decía Goethe, se sabe lo que se ve. ¿Y qué sabemos las mujeres de nosotras
mismas? ¿Cómo somos representadas en los medios? ¿Cómo somos representadas en
el arte? ¿Cómo somos representadas en las distintas religiones? ¿A qué tenemos
o a qué no tenemos derecho según las leyes? ¿Cómo nos socializan y educan en la
casa y en la escuela?
Todo cuenta.
También es
necesario que nos preguntemos de quiénes o de quién es la responsabilidad de
facilitar las herramientas para que las víctimas puedan sobreponerse a la
violencia de la que han sido objetos, pues si no tomamos en cuenta la
multiplicidad de factores que rodean a una víctima estaremos contribuyendo a su
estigmatización en lugar de contribuir a su recuperación y empoderamiento.
Adriana Bautista Jácome.
Feminista. Actriz, escritora, gestora cultural y productora de teatro. Dirige Teatro
En la Piel, compañía con
Perspectiva de género y Derechos humanos. Ganadora del XVII Concurso de cuento “Mujeres en vida”, de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Mención
Honorífica en el Premio de la Juventud de la Ciudad de México 2013,
del INJUVE. Dirige el proyecto “Actuando Por Tus Derechos, Mujeres.
Teatro en tu universidad”, que obtuvo Mención Honorífica en
el Banco de Buenas Prácticas contra la violencia hacia las Mujeres,
Hermanas Mirabal 2013, de la Comisión de Derechos Humanos del D.F.
[2] Protección infantil contra el abuso y la
violencia http://www.unicef.org/spanish/protection/index_genitalmutilation.html
[3] La situación laboral de la mujer en el mundo
http://feminismo.about.com/od/trabajo/tp/situacion-laboral-de-la-mujer-en-el-mundo.htm
[4] Velázquez,
Susana, Violencia cotidianas, violencia de género Buenos Aires: Paidós; 2006.
p. 39.
Adriana Bautista Jácome
Cultura
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