Todos eran escritoras

No sin mujeres



Las fuerzas del lenguaje son las damas solitarias, desoladas,
que cantan a través de mi voz que escucho a lo lejos.
Fragmentos para dominar el silencio.
Alejandra Pizarnik

Todos eran escritoras

La feminista que habita en mí —atosigada por las contradicciones entre el replanteamiento personal sobre mis opiniones en todas las parcelas del saber y la estructura social machista en la que he sido educada y me desenvuelvo— fue arrastrada, hace unos días por la apasionada de la Literatura que soy desde mucho antes, hasta una mesa literaria cuyo formato y título me interesaban y repelían a partes iguales: Mesa de escritoras: Ellas también cuentan.
Aún no está superada la discusión aburrida— por reiterada—, e infructuosa —por la falta de conclusiones—sobre la existencia o no de una Literatura Femenina. Continúa sin responderse bien entrado el siglo XXI la pregunta de quiénes son las madres de la novela como planteó ya en 1986 Dale Spender, puesto que de los padres han hablado una y otra y otra vez «eruditos, estudiosos, ensayistas, críticos, escritores y lectores». Alguna, suponemos que también, eruditas, estudiosas, críticas, escritoras o lectoras. Se abre un nuevo frente ahora que las mujeres podemos, en algunas partes del mundo, acceder a la educación, la cultura y los medios: el lenguaje que se utiliza y utilizamos para contarnos. Cuando las lenguas occidentales se moldearon hasta la forma que conocemos, las sociedades eran distintas, el modo en que esas lenguas se usan está “fosilizado” en unas costumbres androcéntricas y discriminatorias que aún nos esconden. El masculino genérico, es una de ellas, no es la única pero sí la que más resistencias plantea.

Una polémica servida en bandeja sobre el uso no sexista del lenguaje

Hay en múltiples ámbitos culturales una rabia apenas contenida y bastante generalizada hacia las tentativas de ampliar el uso, no ya administrativo o periodístico, sino literario, de un lenguaje no discriminatorio. Se oyen una y otra vez voces en contra que recorren el mundo político y cultural, y ni qué decir de la Real Academia Española de la Lengua (RAE), su diccionario y gramáticas y las Academias correspondientes a cada uno de los países de habla hispana. Hay rasgar de vestiduras y mesar de barbas dignos de causas más meritorias que el apoyo a una discriminación secular.
Hombres —casi todos— y mujeres —infinidad de ellas, para qué negar lo obvio— que dedican su vida a la palabra pero niegan su importancia cuando de nombrar a las mujeres se trata, que dedican sus vidas a crear mundos imaginarios, negándose a transforma en distinto —y mejor— el que tienen a su alrededor.
En su derecho están de callar, y en el nuestro estamos de reclamar, pero no es hoy el lugar ni el momento de hacerlo porque quiero hablar de una discusión, esta vez fructífera, sobre las voces de tres escritoras convocadas por la Feria del Libro de Granada y el Centro Andaluz de las Letras alrededor o con la excusa o justificación (y eso fue parte del debate) de una propuesta de Miguel Ángel Cáliz de Ediciones Traspiés: la Mesa de escritoras: Ellas también cuentan.

¿Qué iba a contar Mesa de escritoras: ellas también cuentan?

Las ellas que también contaban eran Pepa Merlo, Cristina Gálvez y Cristina García. De todas conocía o había leído algo (más dePepa por su trayectoria académica, su rescate de figuras femeninas de la literatura española condenadas a pena de olvido y por ser “de mi quinta”) pero de ninguna lo suficiente para no tener que tirar de Internet antes de acudir al acto. Me dirigí a la Casa de los Tiros segura de que escucharía a escritoras hablando de uno mismo como escritor. Mea culpa: por ignorancia enciclopédica y por prejuiciosa.
Llegué a la mesa acompañada por el escritor Carlos de la Fé —que haría para el Taller de Cuentos DeSgenerados la crónica literaria del acto, con el tiempo justo de sentarnos y empezar a escuchar. La introducción de Miguel Ángel Cáliz, ya en su primera frase «una mesa de mujeres no es imprescindible pero sí recomendable» me hace revolverme en la silla.
«Ser feminista es un coñazo —pienso en mi socializada mente machista— ni cinco minutos puedo escuchar a alguien normal sin que las ganas de levantarme e irme, puntualizar, aclarar o corregir me asalten. Calla, céntrate y escucha». No puedo dejar de observar el lenguaje no verbal de ellas, y de ellos. Pepa Merlo tranquila y expectante, Cristina Gálvez segura pero muy atenta.Cristina garcía, como un cielo negro barruntando tormenta. Cada gesto denotaba incomodidad y prisa ¿por qué, me preguntaba yo?
Mientras, la introducción continuaba brillantemente aclarando —y apaciguándome, por tanto— que no entraría en el jardín de si existe o no la Literatura femenina  (¿a qué si no responde una mesa aparte de los autores que ya había tenido lugar el domingo anterior con hombres como ponentes, me preguntaba yo sorprendida?) y haciendo un recorrido por las grandes escritoras olvidadas por la Historia de la Literatura y dentro de ellas del género al que se dedicaba la mesa: el relato. Una muestra somera y breve por razones obvias que puso en relieve, cómo una sociedad patriarcal, una universidad patriarcal, editoriales patriarcales han conseguido hacer olvidar a una multitud de mujeres y cómo un sistema de silencio sistemático sobre la mitad del mundo ha conseguido que se crea que las mujeres que escribían (¿que escriben?)  bien son una excepción o una anormalidad. Acabó el moderador lanzando una pregunta a las tres ponentes: «¿Qué encuentran en el relato?»

¿Por qué una mesa solo de escritoras en una feria del libro?

Lo que se prometía una mesa tranquila, relajada, de lamentos o parabienes sobre la situación del cuento en general y —me temía yo— de los cuentistas en general se transformó por obra y gracia de la vehemencia de Cristina García en un debate encendido sobre el título de la mesa. El cielo negro descargaba. Todo son señales para quien sabe interpretarlas. Estaba molesta por ese también que me había llamado tanto la atención al ver el programa de actividades de la Feria y se preguntaba —como ya lo había hecho yo— a qué respondía el que las mujeres estuvieran solas en una mesa: ¿Para hacer resaltar su diferencia? ¿Como acto de reivindicación de su figura? ¿Por ñoña corrección política? Y reclamaba que, dado lo poco que cuenta el género literario del Cuento, se cambiara el nombre por Ellas tampoco cuentan. Ella había sido convocada como mujer y como mujer se manifestaría.
El sorprendido editor dio paso prudentemente a las dos invitadas restantes para que opinaran sobre el tema y pasar “al asunto” de la mesa pero, ¿no era ese también un asunto de la mesa?
Cristina Gálvez, conciliadora, no quería pensar en acciones positivas «que no gustan a nadie» (y ahí yo me revolvía de nuevo mordiéndome la lengua y apelando a todas las enseñazas de cole de monjas para una señorita prudente y educada) y se decantaba por creer que habían sido reunidas porque tenían una voz propia. Su tocaya negaba con la cabeza, se quitaba y se ponía las gafas, el público murmuraba en los asientos finales y el moderador tenía toda la cara de "qué he hecho yo para merecerme esto”. Yo conseguí callarme también esta vez. Prueba superada.
Entones intervino Pepa Merlo. Pepa, ha rescatado para la memoria a innumerables mujeres que en España han escrito, han contado y lo han hecho bien desde las década de los ’40, como en su "Peces en la tierra" sobre las poetas invisibles de la generación del 27. Con su voz extraordinaria nos confesó que estuvo a punto de rechazar la invitación porque no entendía una mesa de escritoras (el corazón se ensanchaba al escuchar mi propia opinión reflejada en la autora) pero acudió para expresar la tristeza que le producía que en pleno siglo XXI la discusión sobre las mujeres en la Literatura, y en los demás ámbitos, no estuviera superada.  Yo quería levantarme y besarla pero me conformé con aplaudir, casi a solas, mientras una señora del público decía —algo más conminativa de lo que habría sido necesario— que qué más daba si eran mujeres u hombres que ella quería escuchar los cuentos. ¿La idea de una mesa redonda no es conocer a quienes participan más allá de su obra que es pública y, en este caso, publicada y por ello disponible? Y después, si quieres leer los cuentos, te compras el libro. El paraíso para un estudio de antropología social. Ahí ya no pude callar y hablé aunque les ahorraré mi intervención.
Tras este debate sobre las mujeres, la Literatura, el porqué de estar allí —que explicó Miguel Ángel Cáliz como interés personal por unas autoras que él había publicado y una mesa que había propuesto al Centro Andaluz de las Letras sin saber que habría otra de autores (y este masculino no era genérico porque eran sólo hombres) que se celebraría unos días antes, como no sabía que habría una mixta posterior— las autoras hablaron sobre su modo de enfrentarse a la escritura, sus ambiciones personales respecto a la misma y la dificultad de vivir de escribir. Llegados a este punto la intervención de un miembro del Centro Andaluz de las Letras tras un agradecimiento de Pepa Merlo a su labor, es digno de pasar a los anales de la responsabilidad política bien entendida. Su intervención está transcrita, como las partes fundamentales de esta mesa, en la Crónica de Carlos de la Fé.
Para acabar, las escritoras leyeron sendos textos. Eran distintos como lo eran ellas, sus modos de hablar, sus gestos y sus puntos de vista. Si los hubiese leído o escuchado sin saber quiénes los habían escrito difícilmente habría adivinado si eran de mujeres o de hombres. Supongo que el debate sobre si existe la Literatura femenina o no más allá de un Corpus académico de clasificación —uno entre tantos, como bien dijo Cristina García— seguirá durante mucho tiempo. Como nos constreñirá un lenguaje fruto —como la concepción decimonónica de la lectura que Pepa Merlo señaló tan acertadamente como un obstáculo para la lectura y la venta del Relato— de un siglo que ya no es el nuestro. Como seguirán mis contradicciones. Ayer, todos los autores eran escritoras.
© María S. Martín Barranco
@generoenaccion

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Comentarios

  1. Según las feministas el 95% d los Padres no están capacitados para cuidar a sus hijos.Feminismo=machismo=Desigualdad. #custodiacompartida YA

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  2. Me pregunto qué tiene que ver este comentario con el contenido de esta Crónica. Si lo tuviera le contestaría que no tiene usted la menor idea de lo que dice el feminismo si eso es lo que cree.

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