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Unknown
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Hay pocas cosas más gratas para una
lectora empedernida como yo que descubrir a una autora o autor nuevos que me
cautiven. A veces se llega a ciegas, otras por casualidad, algunas por
deducción y otras, las menos, porque una recomendación te abre las páginas de
un universo literario raro, por desconocido y extraño, por infrecuente.
El interés por saber más y mejor de las
figuras femeninas en la Literatura me llevó, no sin ciertas dudas porque me
obligaba a salir intempestivamente de una interesantísima mesa de debate sobre
relato, a asistir a la mesa redonda sobre Karin Boye, una figura casi
desconocida para mí, atraída por un título (el de la mesa redonda, no el de la
novela, del que hablaré después) muy bien elegido: ¿Qué fue de Karin Boye?
Historia de una distopía entre lo mítico y lo real.
Las casualidades en las que no creo se
reunían alrededor de la autora, el género literario y una de las participantes
de la mesa redonda.
Nada más empezar, con una puntualidad
digna de agradecimiento dada la apretada agenda de actividades de la XXXI Feria delLibro de Granada, una lengua desconocida de una musicalidad y dulzura
inesperadas: primera sorpresa de la tarde, el sueco no es una lengua tan dura
de escuchar como de ver (ya que no sé leer sueco). El poema, leído después en
castellano por Juan Carlos Friebe, poeta y moderador de la mesa, es de una
desnudez y una lucidez conmovedoras.
Una traductora —Carmen Montes Cano—,
una experta en literatura —Violeta Ruiz Arcas—, y una editora —Donatella Ianuzzi
de Gallo Nero Ediciones— hablando de una escritora extraordinaria y casi
desconocida. Una mesa redonda que me supo a poco, en la que hube de morderme la
lengua (la autora y el libro de los que se hablaban me estaban asombrando
profundamente y el tiempo era mínimo porque comenzaba otra actividad) al hacer
una mención "desafortunada" sobre el lenguaje no sexista. Aún así se
respondió —breve y muy rápidamente— a algunas preguntas sobre si creían que el que Kallocaína no se hubiese traducido al
castellano en 70 años era por ser mujer (toda la mesa de acuerdo en que sí) y
nos atrevimos a mencionar El cuento de la
criada de Margaret Atwood, otra distopía tan premonitoria como Kallocaína y que apuntaron
convenientemente (no lo conocían) como referencia femenina a este género, pues sólo se había hecho mención
a 1984 y Un mundo Feliz.
Kallocaína, un libro de 1940 —previo por tanto a 1984, Farenheit 451 o Un mundo
Feliz que son sin embargo referentes en el género— es, como decía en la convocatoria
a la mesa redonda «una novela antiutópica inspirada en el apogeo del
nacionalsocialismo en Alemania […] que comparte con el género la visión
pesimista de un futuro totalitario y deshumanizado, pero lo que hace de Kallocaína algo único en su género es la
conexión de la dictadura como algo inherente a la conciencia individual».
Karin Boye describe un ambiente
hipnótico, militarizado y de anulación del individuo con un estilo, en palabras
de su traductora, «puro, elegante, sencillo, aséptico y fluido» alertándonos
sobre las manipulaciones en el lenguaje y el peligro de la desmemoria y la
superficialidad en el conocimiento, a través del fragor de la lucha silenciosa
del individuo consigo mismo.
La mesa redonda hubo de acabar con la
misma puntualidad que comenzó y quedaron muchas ganas de hablar sobre muchas
cosas. Será una sola hora de mi vida para no caer en el olvido. Un
extraordinario idioma, una excelente traductora, una editora aguerrida, una
mesa redonda fresca pero trabajada, una autora para conocer mejor y un libro que
ya se agita impaciente en el deseo.
Este resumen sería insuficiente
aunque se extendiese por veinte páginas, dada la emoción de escuchar hablar con
pasión, con conocimiento, con rigor profundo de una mujer que ha unido 71
años menos un día después de su suicidio
la amargura vital por la situación de su época con las grandes preguntas de la
nuestra. Si algo define a una obra universal de la Literatura es precisamente
esa capacidad para transformarnos a través del tiempo.
Un 23 de abril de 1941, Karin Boye se
suicidaba incapaz de asumir el porvenir que supo prever, si no en la forma sí
en el fondo, en Kallocaína. Nuestro
futuro puede ser tan gris como ella imaginó, pero siempre habrá algún libro que
nos abra la esperanza, y alguna mujer escondida entre las páginas de la
desmemoria presta a sorprendernos, por casualidad, una tarde de primavera.
Feliz día del libro.
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