Iglesia Católica y Justicia ¿el enunciado de lo imposible?


Hay mañanas en las que me levanto ¿condescendiente? ¿transigente? ¿razonable? No estoy completamente segura de cuáles son las palabras adecuadas para definir el estado (con minúscula) de ánimo necesario para intentar razonar, argumentar o simplemente seguir conservando la capacidad de pensar sin dejarse llevar por la crítica fácil y demagógica que tan a menudo se emplea contra quienes deseamos disfrutar de nuestra ciudadanía en un Estado (éste con mayúsculas) laico.

Otras, leo la prensa antes del café (craso error, hago propósito de enmienda) y sólo me apetece lanzarme a la yugular del sotanas de turno con chistes fáciles o directamente crueles. Esos otros días no me importa generalizar, que paguen justos por pecadores, olvidarme de quienes dentro de la propia Iglesia (por esta vez in dubio pro reo) luchan por los derechos humanos (juro que me han dicho que los hay y –a pesar de mi falta de Fe – quiero creer que existen). Precisamente en ellos, me la trae al pairo que sea una actitud intransigente y poco democrática, que no sea propio de mí, que haga flaco favor a la causa de la laicidad o que le moleste al lucero del alba.

¿Adivinan qué día es hoy? Exacto.

Supongo que después de siglos de idealismo filosófico, de sufrir el materialismo dialéctico en los exámenes de Selectividad y de que se nos haya socializado en un país que (teóricamente podemos decir lo que queramos pero) en la práctica es católico hasta la médula, deberíamos o –hablaré por mí – debería saber lo que entienden en esta anacrónica, vetusta y degradada institución por justicia, por diversidad o por igualdad, que no es otra cosa que: “aquí tenemos los derechos, aquí tenemos las obligaciones. Separémoslos. Nosotros no discriminamos. Nosotros somos ordenados. Las obligaciones para los fieles (y las fieles, que bien que les gusta decirnos a las mujeres lo que tenemos que hacer, cómo y cuándo debemos hacerlo) y los derechos para nosotros (para ellos, quiero decir y en este caso el masculino tampoco es inclusivo)”. Espíritu y materia. Materia y espíritu. El orden de los factores, ¿altera el producto?

Tú repartes entre los pobres o me das para que reparta yo y te ganas el cielo. Yo atesoro en la tierra y gano dividendos tras invertirlo allá donde me de réditos (ya sean diamantes de sangre –tan de moda ahora ¿no, Noemi?- o preservativos). O parto y reparto y ya sabemos qué pasa en ese caso.

Tú no te cases con personas de tu mismo sexo. Yo a las del mío las utilizo para desahogarme cuando quiero.

Tú no mantengas relaciones fuera del matrimonio. Yo hago voto de castidad pero no lo cumplo y que me perdone el vecino de celda (en una celda de verdad deberíais estar).

Tú honrarás a tu padre y a tu madre. Yo honraré a los poderosos de la tierra porque sólo de ellos podré obtener beneficios (será voluntad de Dios. Rezad, rezad malditos. Ah ¿era danzad? Casi mejor, pues bailamos desde hace siglos al son que nos tocan…y nunca les faltan músicos ni instrumentos)

A veces creo que si ellos están o se consideran por encima de la “Ley humana” les  deberíamos o se deberían al menos juzgar conforme a su “Ley Divina” y, como no pretendo que nadie la recuerde, y bastante me costó olvidarlos, os copio los Mandamientos de la Ley de Dios y repasamos. Además, si los leemos con musiquita como de tabla de multiplicar y donde dice “1” leemos “el primero”  tenemos el revival completo:

3.     Santificarás las fiestas.
5.     No matarás
7.     No robarás

En el cole, de monjas —como no podía ser menos para toda una señorita de pueblo de provincias— nos hacían repetir el enunciado de la pregunta al contestar en un examen. Os ahorraré el trauma y sólo detallo la —¿sentencia?—  sentencia. En fin, el desahogo al menos.


1.     Aman más el color del dinero. Condenados.
2.     Llevan y traen el nombre de Dios a su antojo y para cubrir sus necesidades. (No me pises que llevo sandalias, pescador) Condenados.
3.     ¿Por eso ellos “trabajan” en domingo y pasan los lunes al sol? Condenados.
4.     Todo sobre mi madre,  pero nos olvidamos de palomas inseminadoras, cómo no. Condenados.
5.     Ya son otras nuestras últimas cruzadas. Condenados.
6.     Depende de quién defina actos impuros, de si prefieres margarina o mantequilla, y de si estás bailando tu último tango en el Vaticano. Condenados.
7.     Salvo que seas Bonie, Clide o Ratzinger Z. ¿Por mayoría? ¿Si? Condenados.
8.     Never never digas nunca jamás. Condenados.
9.     Ellos sin pensar, con faldas y a lo loco. Condenados.
10. No es nada personal son sólo negocios (Corleone dixit). Condenados.


Así que, aunque no sé qué habré hecho yo para merecerme esto, una vez satisfecha por el deber cumplido, voy a preparar el desayuno y a darme de baja (apostasía virtual, algo es algo) en todo boletín electrónico de noticias que no exija como contraseña una prueba del nivel de cafeína. Y después al cine.

Buenos días (si pueden disfrutarlos).


Especialista en Igualdad ©

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