Las bodas o la sumisión consentida de las mujeres al patriarcado (+Vídeo)

Tradición machista y bodas


Este post puede herir sensibilidades. La que avisa no traidora.


            Las bodas o la sumisión consentida de las mujeres al patriarcado


Las celebraciones populares de las bodas católicas son otro instrumento más del patriarcado para perpetuar una imagen de la mujer sumisa, impasible y objeto de decoración.
No me voy a referir aquí a la figura jurídica del matrimonio civil ni siquiera al concepto de matrimonio en las distintas religiones. El matrimonio es un acto legal, voluntario y, como tal, existe plena libertad para decidir si nos sometemos o no a él. No obstante, quiero llamar la atención en la forma en que este simple acto que consiste en reconocer legalmente a una unidad familiar (de las características que sea –mujer-mujer, hombre-hombre, mujer-hombre–) se reviste de una parafernalia ceremonial teatral, particularmente opresiva para las mujeres en el caso del matrimonio heteronormativo; me refiero al tipo de matrimonio que evocamos cuando oímos la palabra boda: mujer de blanco, con velo, vestido largo y abullonado y ramo de flores, agarrada del brazo de un hombre con traje oscuro. Acceder a este paradigma, protagonizar esa fotografía, se ha convertido casi en un privilegio que sólo las más afortunadas podrán tener. Poner tu cara en ese vestido blanco, con ese ramo de flores y con ese hombre de traje te permite acceder a unas posiciones de prestigio social que nunca podrás conseguir por mucho que estudies, trabajes o consigas reconocimientos profesionales. Es por esto por lo que ese día se constituye en el día más feliz de tu vida y en el que, además, se te impone la necesidad de estar guapa porque no va a habar día más importante en tu vida. Nunca más. El mayor éxito de tu vida, tu mayor logro va ser y será ese para el que has nacido: casarte con un hombre, de blanco y con un moño muy chulo.

El sistema patriarcal en el proceso de una boda, paso a paso

Comienza, en el momento en que se toma la decisión de casarse siguiendo la doctrina heteronormativa y patriarcal, un proceso de preparación que se basa fundamentalmente en cosificar a las mujeres y convertirlas en recipientes o parapetos donde ir colocando elementos tradicionalmente considerados bellos o símbolos del amor de acuerdo con el paradigma inventado del amor romántico, tales como flores, piedras preciosas, encajes, raso, satén, de colores, preferiblemente, suaves, no vaya a ser que el matrimonio no sea válido.
El proceso de cosificación de la mujer durante la organización y celebración de una boda es espectacular. En primer lugar, el vestido de novia trasciende toda característica de prenda de vestir para convertirse en un adorno que oculta el cuerpo de las mujeres convirtiéndolo en un mero transportador de este objeto de adorno que es el propio vestido, el súmmum de la belleza. El vestido, además, se configura casi en una especie de jaula en la que las mujeres se encuentran atrapadas porque dentro de él no se pueden mover con facilidad ni se pueden desprender de él en todo el día de su boda, en la cual se supone que van a divertirse, hablar, bailar y gritar, ¿cómo se puede hacer todo eso dentro de una jaula de raso, satén, piedras preciosas y encajes?
No queda ahí la cosa. La elección del vestido, aparte del desorbitado desembolso de dinero de un objeto cursi, inútil y opresor, es ya una ceremonia religiosa ya que a la tienda solo pueden acudir las mujeres de la familia, quienes han de jurar por su vida que no revelerán absolutamente nada del secreto mejor guardado de la boda: el vestido de la novia.
Una vez elegido el vestido el proceso de cosificación se completa con el arreglo de todas las imperfecciones de la novia, solucionadas las cuales, podrá pasar a disposición de su marido como nueva. Mediante este proceso de chapa y pintura la novia se vuelve a convertir en recipiente de toda clase de cosméticos milagrosos y tratamientos fraudulentos y engañosos mediante los cuales se arreglarán todas las supuestas imperfecciones en su cara y su cuerpo. Los tratamientos de belleza (como si la belleza se pudiera tratar y como si una no fuera bella ya) comienzan unas semanas antes del  gran día y se alarga hasta el mismo día B, de manera que la mujer ha de suspender su trabajo y sus actividades cotidianas para dedicarse a estar bien para el resto de la gente. De nuevo, como es tradicional en el sistema patriarcal, la mujer trabaja para complacer a las otras personas, impidiendo así  su desarrollo personal y su independencia. Su trabajo, por tanto, ha pasado a ser este de organizar la boda y ponerse guapa, empleo que no le reportará ningún beneficio ni contribuirá a empoderarla personal y económicamente, todo lo contrario, contribuirá a crear en ella mayor frustración e insatisfacción vital al comprobar que los deseos del resto no coinciden con su realidad.
Terminados los trabajos de la novia, el proceso de celebración popular de una boda ha de cumplir, del mismo modo que si de una obra de teatro se tratara, con una serie de ceremonias que constituyen la celebración en sí. La novia entra a la iglesia acompañada de su padre y sale agarrada de su marido; esto es, el padre la entrega a otro hombre, de manera que la novia pasa de ser propiedad de un hombre, a serlo de otro. Esto es lo que se infiere de estos rituales. En esta transformación interior ocurrida durante la ceremonia religiosa –me refiero, al catolicismo que conozco– a ojos de todo el mundo, y por la cual la esencia de la mujer queda vulnerada para siempre sin que ella pueda hacer nada al respecto, la novia pasa de ser hija de un hombre a mujer de otro. En esta transfiguración nupcial precedida y seguida de un paseo hacia dentro y hacia fuera de la iglesia –edificio que parece ser una máquina que cambia la personalidad de las mujeres– la novia no habla, permanece impasible, la mirada fija en el altar, la cabeza alta, el ramo de flores levantado, ¿tendré bien el moño?, se me va a caer el velo, se me ha corrido la raya del ojo… (Una amiga musulmana me contaba cómo su rito era diferente, la firma del consentimiento de la unión marital se realizaba de manera íntima, tan sólo entre el y la contrayente y sus progenitores).
A continuación, el banquete o recepción ha de ser un alarde del poder económico y social de la familia. Una vez más, la voluntad de la mujer queda subsumida a los compromisos sociales que la familia tenga que saldar y que, además, el reciente matrimonio acoge de buena gana como si realmente creyera que ha podido elegir realizar una fiesta a su gusto y manera. Esta exhibición del poderío económico y social de ambas familias se hace a expensas de las estrecheces económicas que, en estos tiempos de vino y crisis, son muchas y asolan a la mayoría de familias de este país. Qué importan diez mil o veinte mil euros más ni menos cuando la fama y gloria de los capuletos y montescos de turno va a quedar perpetuada para la eternidad en la memoria colectiva del pueblo.

¿Contra las bodas? no, contra las imposiciones machistas

Consideraba necesario hacer este tipo de reflexiones dada la profusión con que este tipo de torturas institucionalizadas se llevan a cabo y lo felizmente que son admitidas por la sociedad sin tener en cuenta que son un procedimiento más a través del que someter a las mujeres a los dictados del patriarcado. Las mujeres son cosificadas, humilladas y obligadas a cumplir unas altas expectativas que generan más frustración. A esto contribuyen, como en el resto de estereotipos para las mujeres, los medios de comunicación, quienes presentan una imagen idealizada de las novias y del maravilloso día de su boda como su máxima aspiración y único objetivo en la vida. El negocio que genera la publicidad de este tipo de eventos inventados por la sociedad patriarcal y mercantilista es el único objetivo que anima a la sociedad y a los medios a perpetuar este tipo de rituales, nada que ver con la tradición o lo bello de un acto que te une jurídicamente a otra persona.
Sí vas a tener otros días más felices que este y no es el día más importante de tu vida; el resto de las mujeres esperemos que tus mayores logros estén por venir.
(Gracias a Kika Fumero y su Seminario de #Evefem, "Deconstruyendo el amor romántico en la educación, porque me inspiró para escribir y dar forma a mis intuiciones)

Pilar Jódar Peinado
Filóloga, investigadora en teatro español y profesora de Lengua, Inglés y Francés.
Licenciada en Filología Hispánica y DEA, por la Universidad de Salamanca.
Interesada por las situaciones de desigualdad que viven las mujeres de mi país, encontré en el Proyecto Desgenerad@s la formación y recursos necesarios para encauzar mis preocupaciones

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Comentarios

  1. Muy interesante el artículo y el enfoque. Y uno que pensaba que lo había dicho todo sobre esto...

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  2. Me encanta! Gracias por este artículo :)

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  3. Hola! Gracias por el blog, estaba buscando algo que leer sobre este tema ya que estoy reflexionando últimamente en todos los preparativos de belleza que hacemos las mujeres al acudir a una boda que me demuestran exactamente la presión que ejerce la sociedad sobre el cuerpo de la mujer. No obstante, hay algunas cuestiones en tu artículo que no creo que estén bien argumentadas; por ejemplo, cuando dices que la mujer va acompañada de su padre y sale de su marido, este hecho no tiene ninguna diferencia con el hombre, ambos sexos van acompañados por el progenitor de sexo contrario y salen con su pareja de la ceremonia. Por tanto, no veo la diferencia en ese sentido. Por otra parte, lo del vestido de novia, en sí, tampoco me parece que sea una jaula o al menos me parecería una jaula idéntica el traje del novio, que además sería una jaula de fuego ya que habitualmente tienen que resistir bastantes grados con esa indumentaria. Lo que sí me parece machista y opresor es el hecho de que la mujer vaya de "blanco", es decir, la mujer tiene que ir "pura" al casamiento.

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