Crónica de una tarde de activismo

Crónica de una tarde de activismo
Algunas lecciones de la vida te llegan como una bofetada cuando menos las esperas. La tarde de activismo social a favor de la libre elección de la maternidad con las desconocidas compañeras de la Plataforma Mujeres en Plural de Granada fue una de ellas.
Desconocidas porque, aún sin haberme visto nunca, permitieron que me uniera a actividades que ellas habían trabajado, creado, pensado, decidido. Iba junto a Sonia Villar y Carlos de la Fé en representación propia y de la Red de Tertulias Feministas, que nació en Granada y desde aquí crece imparable por el mundo. Más compañeras desconocidas presentes en ausencia. Otras que llegaron casi por sorpresa como María Barrachina, de Movimientos de Género o Yanel Mogaburo, que gentilmente comparte algunas de las fotos que acompañan esta crónica.
El objetivo era ayudar a las integrantes de la Plataforma Mujeres en Plural en una “Feria por los derechos sexuales y reproductivos”. Lugar céntrico de Granada, la “Fuente de las Batallas” y algo de justicia poética, por no decir de paradoja llevada al extremo: a un lado, mujeres y hombres por los Derechos sexuales y reproductivos montando tenderetes endebles, mesas desmontables, pancartas de plástico y cartón. Al otro, puestos bien cerrados, formados limpiamente y bien instalados de las Cofradías, Hermandades y Conventos de Granada vendiendo dulces. A un lado regalábamos preservativos, al otro  se vendían pastelillos de Gloria y tortas rellenas de cabello de ángel: “Tortas de la Virgen”. Las Policías Local y Nacional, nos miran a una distancia prudente; acaso nos vigilan.

Ese era el escenario. La tarde amenazaba lluvia, era viernes, las y los adolescentes pasaban en grupos variopintos. Con look gótico, labios negros y tachuelas; con bolsos cuadrados y jerséis sobre los hombros; de pantalones casi a la rodilla y ombligos al aire. Parejas ancianas, jóvenes, de mediana edad. Grupos de guiris con cara de despiste. De todo un poco, es lugar de mucho paso.

Montamos las mesas, colocamos las pancartas, las octavillas, los cartelones y nos preparamos para informar sobre qué hacemos allí, qué cambios supondrá en los derechos de las mujeres el muy anunciado y nada explicado cambio en la Ley Orgánica de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo 2/2010 de 3 de marzo 2010, qué sucede en otros lugares del mundo, qué cifras se manejan sobre los abortos legales y clandestinos...

Hay quien huye creyendo que podemos producir no sé si embarazos o abortos espontáneos con nuestra sola presencia. Miradas de curiosidad, de asco, de desprecio, de desconcierto, de solidaridad, de asombro.
Un grupo de chicas se para a mirar de lejos y me acerco. Ofrezco un folleto informativo. La palabra aborto, por ahora, no ha aparecido. Varias de ellas me miran y me escuchan. Una, apenas 15 años me increpa:
—Criminal, ¿no te da vergüenza repartir esto?
No sé si responder o no. Respondo:
—No, y espero que nunca te haga falta.
Lo he dicho serena y segura, pero ahora un punto de dolor me cruza. ¿Le hará falta alguna vez? ¿Cómo he podido decir algo así? Solo es una niña...
Continúa la tarde, informamos, hablamos, repartimos. Jóvenes, mayores. Familias con niñas y niños que nos escuchan, nos acompañan. Gente que acelera el paso. Una mujer que en inglés me pregunta y a la que cuento que nos quieren recortar el derecho al aborto; lo hago en un idioma recién inventado porque todo el inglés que sé lo he aprendido viendo series en versión original subtitulada. Cruzo los dedos para que no se me haya escapado ninguna frase de Los Soprano. Parece entenderme, me da las gracias y me desea suerte. Good luck. Eso lo traduzco sin esfuerzo... va a ser verdad que hay que hablar un idioma para aprenderlo.

Otras personas no se acercan por miedo o por timidez. Hoy solo me han insultado una vez. Desde el extremo opuesto de la plaza —física, ideológica, vitalmente opuesto— las miradas de asco darían para un manual sobre la incomprensión humana.
A punto de irme, un hombre mayor, casi anciano pasa de largo con rapidez sin darme tiempo a hablarle. De pronto para y se vuelve.
—¿Tú eres proaborto o antiaborto?
Tiene un vozarrón, me mira directamente a los ojos y, con todo el aplomo del que puedo hacer acopio le contesto.
—Proaborto.
Espero, presa de los estereotipos como cualquier hija de vecina, que este señor mayor, bien vestido, bien peinado, con su bronceado de haber pasado en el apartamento de la playa de junio a septiembre me va a echar la bronca del siglo.
—Como tiene que ser, coño —me dice—. A cuento de qué va a venir ningún tío, ningún ministro ni ningún cura a decirle a una mujer lo que tiene que hacer con su vida. Ni que estuviéramos en tiempos de Franco.

Y yo me quedé allí. Sonriendo. Emocionada y avergonzada a partes iguales. Con la Iglesia católica, apostólica y romana formada en orden a mi derecha (¿más justicia poética?) y la Feria por los derechos sexuales y reproductivos, desordenada, revuelta, satisfecha y en movimiento, a mi izquierda. Pensando en tantos hombres y tantas mujeres que trabajaron para darme un país habitable, seguro, con derechos. En tantas mujeres y tantos hombres en las cunetas, en fosas comunes, en el exilio o viviendo en un país oscuro y ensombrecido que se llenó de color, de vida y de esperanza gracias a su espera, a su paciencia y a que les condenáramos al silencio y la invisibilidad. Transición ejemplo del mundo, sí, pero, ¿qué mundo?
Anoche, amenazando lluvia, en una tarde tonta de otoño comprendí mejor que nunca que tal y como exijo como mujer ser nombrada hay una generación que luchó sobre cuyo olvido construimos mucho de lo poco que hoy nos va quedando. Lo sabía pero no lo entendía.  Un hombre me lo enseñó de golpe: todos los derechos son uno. Si nos quitan uno, nos los quitan todos. No te calles, no los calles. Son nuestros.


María S. Martín Barranco
Consultora, formadora e investigadora especializada en Género.
Directora EVEFem

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